jueves, enero 29, 2015

El Poder de las Experiencias

Somos máquinas de la naturaleza, programadas genética y biológicamente para tener un nacimiento, desarrollo y reproducción lo más óptimos posibles.
Dentro del desarrollo, contamos con una serie de herramientas para desenvolvernos exitosamente; dentro de ellas, contamos con un espectacular banco de memoria, cuya función comprende un fuerte componente emocional alojado en nuestro cerebro, específicamente en el hipocampo. De este modo, a cada registro fáctico experimentado, es asociado a una emoción: si esa emoción es placentera, se produce un refuerzo y se buscará repetir en lo futuro; por el contrario, si la emoción es desagradable, se buscará evitar la reiteración de dichas situaciones dolorosas.

Gracias a este mecanismo, el ser pudo evolucionar al aprender a inclinarse por lo que le significaba bienestar, y repudiar lo que le causaba dolor. Por ejemplo, cuando el hombre tuvo su primer contacto con cierta fruta, hubo un primer valiente que se atrevió a probarla, y al comprobar que su sabor era agradable, y que no habían efectos negativos en el organismo, existió un refuerzo positivo que llevó a aceptarla dentro de la parrilla de alimentos consumibles en el medio. Por otra parte, cuando se enfrentaron a una culebra, y se dieron cuenta que atacaba repentina y rápidamente, con consecuencias mortales en algunos casos, ello la transformó en un peligro, en una fuente de dolor, así que se descartó como ser domesticable y se pasó a tenerle miedo y repelerla o evitarla en lo futuro.
El tema es que la fuerza radical de estas grabaciones asociativas, que no buscan distinciones circunstanciales, también pueden traer un efecto lateral no querido. En efecto, todos los hechos similares o conectados con la situación aborrecida tendrán el mismo efecto.
Así, cuando nos enfrentamos a algo desagradable o que puede provocar dolor, el cuerpo responde con descargas hormonales, generando ansiedad y estrés, de modo que si la culebra del ejemplo fue enfrentada en una cueva, el poder de las asociaciones nos llevará también a evitar las cavernas.
Este mecanismo lo seguimos utilizando en la actualidad, tal cual, pues aun lo necesitamos, independiente que algo hayan mutado las circunstancias que nos rodean y las cosas a las cuales nos enfrentamos.
 En consecuencia, la utilidad de esta información la podemos hacer nuestra aliada cuando nos damos cuenta qué cosas son las que nos provocan ansiedad, o también cuando algo nos esclaviza en algún tipo de adicción.
Los ejemplos son los mismos, pero adaptados a sucesos de nuestra época. En cuanto a lo desagradable, si en la básica sufriste la humillación o burla de tus compañeros en un contexto de exposición pública, el cerebro conectará esta experiencia con estrés y dolor, por una apabullante vergüenza. Con ocasión de esto, en lo futuro se evitará la producción de este evento, y si correspondiese dar alguna disertación ante público en algún momento, el cerebro te avisará inconscientemente que ese suceso te podría provocar dolor, por lo que debes huir. Y ahí aparece el auténtico estrés, con ansiedad, sudoración, dificultades respiratorias, etc.
Si somos capaces de ser autoconscientes de las emociones que nos embargan frente a un determinado estímulo, tenemos que tener la claridad que la asociación automática de tu mente no tiene porqué producirse, pues lo que acaeció en el pasado corresponde a otra época, otra etapa de madurez, y a otro contexto.
Este trabajo también debe complementarse con la relajación y el trabajo corpóreo respiratorio (aspecto que lo trataré en otra entrada).
En lo pertinente al placer, también hay que tener sumo cuidado, pues todo lo que causa agrado es una eventual fuente de adicción, y lo peor para el bienestar es encontrarse gobernado por fuerzas alienantes que llevarán irremediablemente al constante arrepentimiento y culpa.