
Ahora bien, el enfoque del problema resulta errado e incompleto, pues la autoridad eclesiástica no puede olvidar dentro de su razonamiento que no todo termina con el monto de las remuneraciones, sino que debe ser complementado con el monto ético de los precios en que se tranzan en el comercio los productos del diario vivir.
Qué obtenemos con subir el sueldo mínimo, si como contrapartida nos enfrentamos a un monstruoso mercado dominado por oligopolios, gobernados por numerosos y supuestamente ocultos pactos para arreglar los precios, denominados colusiones.
De esta manera, conjuntamente con la lucha por un sueldo ético, nos preguntamos dónde queda la pelea por los precios éticos, con un pertinente cuestionamiento acerca de cuánto es lo que éticamente un comerciante puede buscar de utilidad con la venta de un producto o la prestación de un servicio: ¿30%? o un ¿50?....en la práctica los porcentajes son mucho, mucho más que eso.
Como consecuencia, la gran mayoría de la población chilena se encuentra endeudada o sobreendeudada, con motivo de habernos transformado paulatina, pero eficazmente, en seres de consumo, nacidos y hechos para comprar lo necesario y lo no tan necesario, y para ello no hay tapujos si es menester sobrepasar la capacidad mensual de pago recurriendo a créditos suicidas.
Y lo más triste es que esta falta de competencia, esto es, la falta de una auténtica economía de mercado, afecta a los sectores más pobres, "pues son los sectores que destinan un mayor porcentaje de sus ingresos a adquirir bienes y servicios de mercados altamente concentrados".
Resulta tremendamente difícil poder imponer en nuestro país un sistema eficiente de lucha en contra de los enemigos de la libre competencia, pues los cambios institucionales y legales se encuentran trabados por los mismos beneficiarios del actual estado de cosas.
Poner el tema en la palestra, dejar de ser seres consumistas y empezar a reclamar por nuestros derechos es la llave para empezar a abrir puertas de los cambios que se están pidiendo a gritos.