Mucho se ha escrito sobre la justicia, considerándose mayormente como una virtud propia de los seres evolucionados (humanos), y conceptuándose como una capacidad de dar a cada uno lo que le corresponde de acuerdo a un determinado contexto.

Luego, nos encontramos con la justicia que se imparte en nuestros sistemas judiciales dentro de los Estados, en las que un tercero imparcial, con potestades jurisdiccionales cuenta con un poder-deber de resolver los conflictos de orden jurídico que individuos someten a su conocimiento. Esta justicia, en el propósito de la ecuanimidad e imparcialidad, se trata de basar en elementos lo mayormente objetivos posibles, para que el ejercicio intelectual del juzgador no se desbande, sino que tenga parámetros uniformes.
Por último, la justicia más difícil de establecer es aquella en que somos nosotros los que debemos renunciar a algo para darle justicia a otro, en que sólo los seres inteligentes, maduros y ecuánimes son capaces de ejecutar, promoviendo la paz social y restableciendo el orden de las cosas. Si todos fuésemos capaces de dejar el ego atrás, el excesivo individualismo; ampliar la visión de las cosas, y ser capaz de renunciar a una situación cómoda o indebidamente favorable, podríamos hacer un mundo mejor. Esta es la mejor de las justicias, la que se desenvuelve en las sombras de la grandeza.
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