Los seres humanos tenemos características heredadas y adoptadas de nuestra genética, educación y medio en que nos correspondió vivir. Asimismo, otras dependen en gran parte de nuestra voluntad, esfuerzo y decisión.
Frente a esta distinción, se comete suma injusticia cuando emitimos nuestros juicios sobre las personas, ya que solemos considerar de modo preponderante -consciente o instintivamente- aquellos factores que no dependen de la voluntad o el querer del sujeto, dejando en segundo plano valorativo las cualidades que sí dependen del libre albedrío.
Tenemos un juez potente y primitivo en nuestro cerebro, que evalúa a la primera mirada, que nos ha sido muy útil para hacernos una rauda radiografía de quién tenemos al frente, para saber si estamos o no frente a alguien peligroso o que podía poner en riesgo la seguridad de la tribu. Por eso es que sigue dominándonos, en la vida debemos seguir usando de nuestros instintos para saber a qué nos atenemos.
Sin embargo, nuestra razón debe dar un segundo aire al juicio, trayendo a colación aquello que depende del sujeto y aplazando rasgos fenotípicos, lugar de crianza, apellido, forma de hablar etc. etc.
Se trata de un acto de justicia e inteligencia...
1 comentario:
Creo que todos en el fondo lo sabemos, es sólo que es muy difícil llevarlo a la práctica! En fin, hay que intentarlo, quizás así el mundo sea cada día un lugar mejor.
Publicar un comentario